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Los debates historiográficos que se han sucedido en torno a la Revolución francesa engloban una multiplicidad de posturas interpretativas que es posible rastrear hasta los propios contemporáneos de los hechos que la componen. La discusión sobre su comienzo, duración, etapas y hechos constituye el núcleo problemático del debate historiográfico.[1] Hacia la última mitad del siglo XX el debate llegó incluso a poner en entredicho la propia denominación de "Revolución" con la aparición de autores revisionistas que minimizan o niegan las transformaciones ocurridas tras 1789.[2]
La Revolución francesa ha sido siempre un asunto complicado de interpretar por la historiografía. Fue considerada como modelo de revolución política, en el que la burguesía desplazaba a la aristocracia en el poder. Sin embargo, a la par de la mencionada transferencia de poder lo que la Revolución puso en discusión fueron los propios fundamentos del poder político y las vías de legitimación del mismo. Este fenómeno que muchos autores señalan como la disolución del Antiguo Régimen y la fundamentación divina del poder monárquico fue hábilmente captada y teorizada en una época muy temprana por el pensador francés Alexis de Tocqueville[3].
También se discute si hubo una revolución o varias, pues existen problemas políticos, económicos e institucionales que dificultan el análisis.[4]
Uno de los primeros autores que trató la Revolución francesa fue Adolphe Thiers,[5] que en 1827 destacaba el aspecto catastrófico de la revolución, apoyado por una enorme cantidad de datos, obtenidos de fuentes directas.
Pero la visión más extendida en el siglo XIX era la romántica, que sostenían Alphonse de Lamartine, Jules Michelet y otros, los cuales reivindicaban el papel del pueblo como protagonista de la historia.[6] Alexis Tocqueville fue uno de los más célebres, y en 1856 su interpretación se fundamentó en la recopilación de datos de archivo. Hippolyte Taine fue otro de los autores decimonónicos, quien mantiene que la revolución fue obra de una minoría contra la monarquía. Tiene una especial aversión al periodo jacobino, y lo que representa.
También en Estados Unidos e Inglaterra hubo autores que se preocuparon por analizar la Revolución francesa, como Charles Fox, Thomas Paine y Thomas Jefferson. Los autores norteamericanos tienen su propia revolución y su constitución, por lo que ven con simpatía los comienzos de la revolución, el período de la monarquía constitucional, la Declaración de los Derechos del Ciudadano, e incluso la etapa de la Convención, aunque rechazan el período del Terror.
En el siglo XX cambia, en buena medida, la interpretación de la Revolución francesa. Autores como Albert Mathiez se dedican al estudio de las fuerzas económicas que se encuentran en el proceso revolucionario, y Georges Lefebvre destaca la importante labor del campesinado en los acontecimientos. Por su parte, Ernest Labrousse proporciona datos históricos y estadísticos, principalmente económicos, y destaca la evolución, al alza, del precio del pan, como desencadenante de la revolución. Autores como Albert Soboul y Jacques Godechot hacen una integración de los aspectos políticos, económicos y sociales[7]. Las últimas interpretaciones se han hecho con motivo del bicentenario de la revolución. Autores como François Furet defienden una interpretación política de la revolución, divulgada con este motivo[8].